“Porque nunca usamos de palabras lisonjeras, como sabéis, ni encubrimos avaricia; Dios es testigo; ni buscamos gloria de los hombres; ni de vosotros, ni de otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo. Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos” (1 Tes. 2:6-8).
Desde los primeros tiempos en que los fieles se reunían para adorar a Dios, en sinagogas, hogares e iglesias, la Biblia muestra a gente que, mediante el estudio de las Escrituras y la adoración, anhela conocer a Dios y comprender su voluntad.
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