““¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano?” (Isa. 58:6, 7).
Hasta una lectura rápida de los profetas del Antiguo Testamento nos alerta sobre sus preocupaciones por el maltrato a los pobres y oprimidos. Los profetas, y el Dios en nombre de quien hablaban, estaban indignados por lo que veían que hacían las naciones circundantes (ver, p. ej., Amós 1-2). Pero también tenían un sentimiento especial de ira y dolor por los actos de iniquidad cometidos por el propio pueblo de Dios, que había recibido tantas bendiciones divinas. Este pueblo debería haber actuado mejor; pero no siempre fue así, y los profetas tuvieron mucho que decir sobre esta situación.
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