“¡Cuán grandes son sus señales, y cuán potentes sus maravillas! Su reino, reino sempiterno, y su señorío de generación en generación” (Dan. 4:3).
A Nabucodonosor le llevó mucho tiempo comprender la importancia de la humildad. Incluso la aparición del cuarto hombre en el horno de fuego no cambia el curso de su vida. Solo después de que Dios le quita su reino y lo envía a vivir con las bestias del campo, el rey reconoce su verdadero estado.
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