“He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (Dan. 3:17, 18).
“Así estos jóvenes, imbuidos del Espíritu Santo, declararon a toda la nación su fe de que el que ellos adoraban era el único Dios verdadero y viviente [...]. Para impresionar a los idólatras con el poder y la grandeza del Dios viviente, sus siervos deben mostrar su reverencia hacia Dios. Deben manifestar que él es el único objeto de su honra y adoración y que [...] ni aun la preservación de su vida misma podrá inducirlos a hacer la menor concesión a la idolatría” (ELC 151).
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