“En estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero
de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su
gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la
palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por
medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Heb. 1:2, 3).
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