“Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo” (Dan. 9:19).
Daniel no puede entender el espacio de tiempo expresado en el diálogo entre los dos seres celestiales: “Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el Santuario será purificado” (Dan. 8:14). Recién ahora, en el capítulo 9, se le da más luz al profeta; y esta vez, también, es en respuesta a la oración ferviente.
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